Sabemos que la industria alimentaria nunca juega limpio y que acostumbra a ocultar los aditivos y conservantes bajo cajas de colores y eslóganes pegadizos.
Las llamativas sopas de bogavante sin bogavante, los falsos alimentos “naturales” o las papillas de bebé repletas de azúcar son algunos ejemplos de sus malas prácticas.
La única manera de protegerse de estos abusos es que los consumidores vigilemos las etiquetas de los alimentos, entendamos la información nutricional, así como los procesos de manipulación a los que se les haya sometido. Solo así podremos estar seguros de lo que compramos.
Y es que los consumidores no pueden ya fiarse ni de sus ojos ya que, con los últimos avances en pegamentos para carne, la industria es capaz de fabricar realistas filetes de ternera a partir de recortes, sobras y piezas de peor calidad.
Pero no solo los productos como el pescado o la carne de ternera pueden ser manipulados, los pollos enteros también.
Aquí podemos ver como un intermediario utiliza un compresor para hinchar de agua tanto los muslos como las pechugas de los pollos que prepara para la venta. Esto no solo mejora su aspecto, sino que nuevamente incrementa el peso y la ganancia.