
El terror invisible: el crematorio humano del narco en Jalisco. En las tierras de Teuchitlán, se esconde una historia que estremece hasta al más valiente. El Rancho Izaguirre, ahora conocido como “la escuelita del terror”, se convirtió en el escenario de pesadillas reales para cientos de jóvenes mexicanos.
Promesas rotas y sueños destruidos
“Nos prometieron trabajo, un futuro mejor. Nunca imaginamos el infierno que nos esperaba”, relata con voz quebrada un sobreviviente que prefiere mantener su identidad en secreto.
La historia se repite una y otra vez. Jóvenes de Jalisco y estados vecinos, atraídos por la esperanza de un empleo, caían en las garras del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
“Nos formaban en filas, nos asignaban apodos y nos decían: ‘Aquí vienen a un campo de adiestramiento. Aquí se hace lo que nosotros digamos'”, recuerda una víctima, según cuenta Índira Navarro, quien lidera incansablemente el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco.



Dentro del infierno: supervivencia en condiciones extremas para evitar el crematorio
El hacinamiento era solo el principio. Más de 200 personas compartían espacios minúsculos, con escasez de alimentos, agua y sin condiciones sanitarias básicas.
“Era como el Juego del Calamar, pero real. Nos obligaban a pelear entre nosotros. Los que perdían… desaparecían”, describe con la mirada perdida uno de los pocos que logró salir con vida.
El llamado “entrenamiento” consistía en pruebas físicas brutales, combates forzados entre compañeros y tareas de vigilancia donde debían castigar a otros reclutas. La deshumanización era completa.
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El aliento de la muerte
“Cada día veíamos cómo algunos no regresaban. Los crematorios nunca dejaban de funcionar”, susurra un sobreviviente, mientras sus manos tiemblan al recordar.
Quienes no cumplían con las expectativas o intentaban escapar pagaban con su vida. Los hornos clandestinos del rancho trabajaban sin descanso, borrando evidencias y multiplicando el dolor.
Los que lograron huir
Algunos encontraron una oportunidad y la tomaron, aferrándose a la vida con desesperación. “Corrí durante días, escondiéndome en el monte. Pensé que moriría, pero el miedo a volver era más fuerte”, relata un joven que prefiere mantener su anonimato por seguridad.
Sus testimonios han sido fundamentales para comenzar a comprender la magnitud de los crímenes cometidos en el rancho.
El dolor que no cesa: familias en busca de respuestas
“Cada prenda, cada objeto encontrado, es una puñalada al corazón. Pero también es una esperanza de encontrar a mi hijo”, confiesa entre lágrimas una madre que sigue buscando.
Entre los hallazgos más desgarradores está la carta de Eduardo Lerma Nito, encontrada en el rancho: “Mamá, papá, los amo. Perdónenme por no ser más fuerte. No pude escapar.”
La lucha continúa
Estas historias de crueldad extrema no solo exponen el horror vivido por cientos de jóvenes, sino que representan un grito desesperado por justicia. Detrás de cada estadística hay un nombre, una familia, una historia truncada.
El valor de los sobrevivientes y la incansable labor de los colectivos de búsqueda mantienen viva la esperanza de que algún día, la verdad completa sobre el Rancho Izaguirre salga a la luz y la justicia, aunque tardía, finalmente llegue.
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